El valor de la incomodidad del vacío
- Florencia Gesto
- 3 nov
- 4 Min. de lectura
Hay momentos en los que la vida no pide más acción, pide espacio. Un espacio sin respuestas inmediatas, sin plan, sin “próximo paso”. Un vacío.
Cuando decidís ir por el camino desconocido, diferente a lo de siempre. Sea que dejes una relación atrás, un trabajo, o una vieja forma de hacer las cosas.
Se abre un nuevo espacio en tu vida, en tu rutina, en tu cotidiano. Y el cuerpo, acostumbrado a medir seguridad por la ocupación constante, suele confundir ese vacío con peligro. Aparecen la inquietud, la tristeza suave, la ansiedad que empuja a llenar: mensajes, compromisos, ruido. Yo también sentí esa incomodidad: la urgencia por resolver para no quedarme a solas con ese espacio incómodo de la incertidumbre, hueco, poroso.
Pero sabes que en esos momentos donde me tuve que obligar a transitar el vacío fue cuando tuve grandes aprendizajes de la vida. Y eso es lo que hoy voy a compartirte en esta reflexión.
El vacío es parte del proceso saludable.
No es el fin, es el puente. No te saque de tu camino; te centra.
Pero... ¿Por qué incomoda tanto el vacío?
Porque nos desprograma el impulso de control. El sistema nervioso busca lo conocido, y el vacío no trae certezas; trae silencio. Y en el silencio se escuchan verdades que a veces venimos postergando: lo que ya no queremos sostener, lo que ya no vibra, lo que sí deseamos pero nos da miedo admitir. Por eso el cuerpo protesta. No porque el vacío sea malo, sino porque está sucediendo un reordenamiento interno que le es sumamente incómodo.
Si nos apuramos a llenarlo, perdemos el mensaje. Llenar con ruido calma por un rato, pero nos posterga. Habitarlo, en cambio, madura . Nos devuelve el ritmo justo, limpia lo que sobra, y nos deja de frente a lo que sí es esencial.
Lo que descubrí cuando me quedé
Cuando me permití quedarme en el hueco sin correr a taparlo, aparecieron varias cosas, te cuento tres:
Claridad sin esfuerzo. No vino como una epifanía explosiva, sino como una verdad sobria, tranquila. Y lo que era “duda” se volvió dirección.
Descanso real. El cuerpo dejó de pelear y empezó a soltar tensiones que yo ni sabía que estaban de guardia. Pero que hacía tanto me acompañaban. El cuerpo se expresó y lo pude atender.
Deseo afinado. El vacío fue mostrando lo que quería “por costumbre” y dejó lo que realmente me nutre. Mi voz interna empezó a hablar más alto porque mi oído se afinó para escucharme.
Sé que no es un camino cómodo, pero sí es un camino real, de autoconoconocimiento y de encuentro con la propia verdad.
Otro de los grandes logros de atravesar esta incomodidad fue descubrir la expresión de mi cuerpo y el aprender a darle lo que necesita.
El vacío también es una práctica corporal.
El vacío no se entiende solo con la cabeza; se atraviesa con el cuerpo . Tres gestos simples que me ayudan (y que podés probar):
Nombrar sin culpa (2 minutos). “Ahora mismo siento inquietud/alivio/tristeza/enojo”. Decilo en voz baja. Nombrar saca al cuerpo del combate y lo pone en presencia. Es reconocerte sin censurarte.
Respiración nervio vago (3–4 minutos). Inhalá contando 4, sostené 2, exhalá contando 6 u 8 (lo que te dé). La exhalación un poquito más larga le recuerda al cuerpo que no hay amenaza inmediata, que hay paz, todo está bien.
Quedarte 5 minutos sin resolver. Sin celular, sin hacer la lista de tareas. Solo estaré contigo. En esos cinco minutos, sin tomos decisiones. Solo relájate y respira.
No hacen falta grandes rituales: la continuidad y la constancia crean el cambio.
Diferenciar vacío de indiferencia
Vacío no es desinterés. Es una presencia amplia, sin objetos . Es permitir que caiga lo que ya no se sostiene y que nazca, cuando esté listo, lo que sí. La indiferencia desconecta; el vacío al final une: te vuelve a conectar con vos, con tu tiempo interno, con tu voz.
Señales de que el vacío es fértil (aunque duela)
Sentís menos necesidad de explicarte y más ganas de escucharte.
Te descubrís diciendo “no” a cosas que antes aceptabas por inercia.
Aparece una tristeza limpia, no dramática: es duelo de capas viejas.
Tu descanso gana calidad, aunque tu agenda sea igual: baja el ruido .
Si algo de esto te pasa, no estás “perdiendo el ritmo”: lo estás recuperando .
Cómo no sabotear la transición
No hagas anuncios prematuros. Déja que la verdad se asiente antes de comunicarla.
No llenes con pseudo-acción. Ordenar cajones, posterar por posterar, reuniones porque sí: si no suma, interrumpe el proceso interno.
No te comparas. Cada cuerpo, cada persona, tiene su tiempo de ajuste. Lo tuyo no está llegando tarde; Está llegando a tu tiempo que es perfecto.
Si hoy estás en el hueco
Respira. No te apures a taparlo. A veces el mayor acto de confianza no es intervenir . El vacío es el cuarto donde la vida prepara la siguiente estación. La incomodidad que sentís no es prueba de que algo esté mal; es la señal de que algo está naciendo y pide espacio .
Yo estoy eligiendo quedarme. Con intensidad, sí, pero también con ternura. Si vos también estás ahí, te abrazo en esa pausa. No estás sola . El vacío sostiene.



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